El trágico final de Rambo III

Afganistan

Recordarán los que tengan una edad relativamente madura, (y los que no también) una famosa saga cinematográfica llamada “Rambo”. Trata sobre las vicisitudes de un militar norteamericano, ex veterano de la Guerra de Vietnam, que participa en múltiples misiones contra los oprobios de un autentificado “enemigo rojo”. Rambo fue, sin lugar a dudas, un producto propagandístico exitoso en plena etapa de decadencia de la Guerra Fría, en la que se combinaba una violencia desmedida para con una defensa acérrima de los valores del American way of live. Sus películas entretuvieron a millones de personas a lo largo del mundo, lo que propagó un mensaje muy potente; poco importaba donde estuviesen los enemigos de EEUU, todos recibirán su merecido.

De hecho, en una de sus entregas, el heroico guerrero norteamericano se desplazaba al Afganistán democrático de los años 80 con el fin de rescatar a un superior capturado por unos “soviéticos malvados y perversos” y, de paso, ayudar a los valientes muyahidines luchadores por la fe y la libertad.

Además de estos productos propagandísticos, los imperialistas norteamericanos tuvieron otra forma menos inocente de intervenir en los asuntos internos de Afganistán. En 1978, la Revolución Saur impulsaba importantes cambios democráticos y sociales en el país: igualdad legal de las mujeres, alfabetización, reforma agraria, fin de la usura… Todos estos cambios tenían como objetivo superar la tradicional dialéctica feudal del país, que, de otra parte, contó el apoyo decidido de la Unión Soviética que envió asesores, ingenieros y médicos para ayudar en sus labores de desarrollo. Obviamente, este peligro rojo, no contó con la simpatía y aquiescencia de Occidente, especialmente con la de unos yanquis que, empecinados en el control del orden mundial, poco tardaron (con el apoyo logístico de gobiernos tan reaccionarios en Oriente Medio como Arabia Saudí y Pakistán), en poner a la CIA a trabajar para armar a los llamados “guerreros de la libertad”. Un vasto tropel de señores tribales, terratenientes, mulahs fundamentalistas que, beneficiados desde siglos por el atraso y la miseria del pueblo afgano, no dudaron en luchar contra la supuesta amenaza comunista.

Finalmente, lo consiguieron; consiguieron arrastrar a la URSS a una guerra sin sentido, de la que salió mal parada. Entretanto, las facciones más feudales e integristas que habían financiado el proceso, iniciaron férreas disputas por el control del país. Los Talibanes se erigieron entonces en actores hegemónicos en la toma de Kabul. Apoyados y ayudados por la entonces incipiente organización de cierto antiguo agente de la CIA de origen saudí, instauraron un régimen de terror en prácticamente todo el país (las mujeres perdieron todos los derechos posibles, se les prohibió salir solas, trabajar, ir a la escuela…).

Ya sabemos poco más o menos, el discurrir de la Historia y lo que ocurrió después. El antiguo aliado planificó los ataques del 11 de septiembre de 2001 desde Afganistán, y Occidente volvió a intervenir, esta vez para desalojar a los talibanes, capturar al nuevo supervillano y, de paso, controlar una zona geoestratégica por donde debía pasar un gaseoducto.

Con todo, los acontecimientos recientes en Afganistán dejan claro una cosa: 40 años de guerra instigada por EEUU y sus comparsas de la OTAN (la mitad de estos bajo ocupación militar directa), dejando un país devastado, destruido, atrasado y esquilmado en medio de una tragedia humanitaria auspiciada de nuevo por el fundamentalismo talibán. Observando trágico ejemplo del país asiático, debemos sacar cuentas de que, nuestra participación en la OTAN no supone ningún beneficio para nuestro país ni para los pueblos del mundo.

En este sentido, España ha malgastado miles de millones de euros para nada; para ser el puesto de avanzada de EEUU y del entramado de su industria militar.

Por ello, desde el Partido Comunista debemos plantear en abandonar nuestra política de alineamiento incondicional con Estados Unidos y pensar en desarrollar otros mecanismos de cooperación política entre los pueblos, en especial con los países que se contraponen a la hegemonía euro-americana. Para ello salir de la OTAN y recuperar nuestra soberanía es un paso inexcusable.

Priscila Jiménez.

Área ideológica del PCE en Ciudad Real.

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